domingo, 1 de junio de 2008

Sabrán los días de otros soles

A: Sonia

La vi pasar pegada al cerco que hace poco pusieron para separar el cementerio de la carretera, para separar a los vivos de los muertos. Se detuvo para quién sabe qué. Su perraje se enredó en el alambre de púas pero ella nada hizo para liberarlo... sólo pude imaginar una lágrima o una sonrisa recorriendo, iluminando su rostro. Preferiría la sonrisa. Su espalda no me decía gran cosa.

Pensativa, quizás, nada más, así estaba.

De pronto se agachó y cruzó el alambrado. Sus pasos, primero inseguros y luego decididos, la adentraron en el camposanto ya cubierto de coronas y flores secas del lejano noviembre. Cualquiera, sobre todo yo, imagina cosas malas al ver que alguien se comporta así. Quise salir corriendo tras ella y decirle que todo iba a ir bien, que no necesitaba acercarse a los muertos para... ¿para qué? poco o nada sé de ella. Todo lo supongo, aunque todo lo presienta posible. Aún así, dejé de mirar por la ventana y, veloz, me acerqué a la puerta de la casa (sí, mi casa está cerca del cementerio, es una sensación rara, pero desde niño vivo así. Los vivos y los muertos son algo cotidiano para mi, las risas y los llantos... en esa parte donde hay tumbas nuevas yo jugaba cincos y fútbol cuando era patojo), desde allí pude ver mejor su silueta alejándose, adentrándose en la niebla que cubría la recién nacida mañana. Ahora soy yo quien se acerca al alambrado. Distingo su perraje enredado en las púas, con cuidado lo libero, lo acerco a mi rostro, me cubro los hombros con él. Espero que vuelva.

-Buenos días -digo al verla- ¿esto es suyo?

-Buenos días -responde- creo que sí.

En sus manos, unas flores amarillas. En su rostro una sonrisa. Le ayudo a cruzar la alambrada, le devuelvo el perraje. Lo toma y, sin decir nada, se aleja.

Cuando se disuelva la neblina habrá un nuevo sol para ella y para mi. Pero, aún con otros soles en todo lo alto, el olor de su perraje me acompañará siempre.

No hay comentarios: