martes, 21 de diciembre de 2010

Receta

Recétele silencio. Permítase el respiro, sopese el significado de huir de su rostro, de sus ojos y de sus labios (que también fueron palabras). Ocúltese. Permute su libertad en artilugios de escapatoria y escondrijo. Acobárdese. Ancle sus naves para la tormenta que jamás llegará, apague sus luces, no consienta mirada alguna, que lo sientan, lo quieran, lo anhelen como usted -buen par- lo hace y presiente.
Aléjese. Distancia y propio píe son los instrumentos del sagrado camino. Cumpla carreteras, puertos, terminales y aeropuertos, añada maletas, abrazos fingidos, infames ausencias, libretas para escribir delirios como éste; kilómetros y parsimonia, viento y mar que se acumulan a sus espaldas.
Destrúyase. Apoye su existencia en desvelos y desmanes; que sean sus manos las forjadoras del anticipo de cadáver que dentro de sí contiene. Permita que -triunfante- avance la tristeza. Añore -cobarde- la alegría pasada. Vístase de ojerosa depresión, grite que ese olvido y el alcohol son su mantra, sus sueños, cimientos de ese amor que ella nunca logró entender.
Intente, decía, olvidarla.

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