Canto de sirenas
al fin y al cabo.
Ni una sílaba que se salve
de este naufragio en tórrida mar.
Los remos rotos
y un deseo infinito
de saciar la sed
en los manantiales de tierra firme.
Mirar los rostros que me acompañan
es reafirmar el mío propio y su imposible reflejo:
pieles curtidas por el sol,
por la sal,
ojos que se tiñen de púrpura y
que niegan su propia razón de ser.
Harapos son nuestros ropajes
y los sueños son
nuestro único e irrenunciable pacto:
en ellos la verdad es una
y la razón no dictamina.
Hasta los cantos de sirenas son refugio,
santo y seña.
Pacto de olvidados,
sangre que tan sólo nombramos,
que no corre por nuestras manos,
que no tiñe la borda
ni los aparejos proa.
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